26 noviembre, 2010

Grupo musical TRASIEGO rinde homenaje a "LA ELVIRA"

En el año 2008 nace “TRASIEGO” y su definición nace con ellos, trasegar; cambiar, mudar las cosas de un lugar a otro, y así ha ocurrido durante estos dos años desde su formación.

No han parado en su constante movimiento y empeño de mejorar día a día. 25 personas inquietas y vinculadas al mundo de la música han visto en el folklore universal, una manera única y autentica de expresar un sentimiento y una filosofía musical unánime.

“Ahora”, nos sorprenden gratamente con su primer trabajo discográfico “LA ELVIRA”, un homenaje a todos aquellos emigrantes que cruzaron el Océano Atlántico en busca de una vida en algunos casos mejor y en otros no tan gratas como imaginaban….

La embarcación “LA ELVIRA”, y los centenares de canarios que viajaron apilados en sus bodegas como polizones, días y días, semanas e incluso meses hasta llegar a las costas venezolanas, han sido el eje de inspiración para este grupo, al que por otro lado no les ha sido nada fácil cruzar esa orilla simbólica que separa el triunfo del fracaso en este complicado mundo de la música y que les ha servido de ejemplo de coraje, espíritu de superación y lucha.

Producidos musicalmente por su director y fundador, Lucas Rojas “TRASIEGO” nos ofrece once maravillosas canciones que en representación de muchas otras del folklore y la música popular, unieron tanto a Canarias con aquellos países hermanos, en los que miles de canarios sentían añoranza de su tierra en la distancia.

Isabel González
Cantante


De Canarias a Venezuela en LA ELVIRA

Cruzaron el Atlántico en un velero destartalado, LA ELVIRA, en el que apenas cabían 106 personas, la mayoría canarios, campesinos y pobres, recorrieron 7.000 kilómetros sin motor ni capitán de barco. Durante 36 días mataron el hambre con garbanzos podridos y el aburrimiento con carreras de piojos. El 25 de mayo de 1949 llegaron a Puerto Carúpano, Venezuela. Fueron registrados como inmigrantes ilegales que huían del hambre y de la represión franquista. “¡Deténganse en nombre de España!”. Una lancha de la Guardia Civil persigue a LA ELVIRA cerca del Puerto de La Luz, en Las Palmas. Es de noche y alguien ha dado el chivatazo. “¡Entréguense!”. En el velero, los pasajeros se pisan unos a otros, intentan encontrar un hueco, pero no lo hay. “¡Que se entregue tu madre!”. Regino Camacho rompe el silencio en la bodega del barco. Se oyen dos disparos. “¡Icen la escandalosa! ¡Proa al viento!”. Poco a poco, la patrulla deja de oírse. Han conseguido escapar.

Ramón Redondo había comprado LA ELVIRA días antes por 225.000 pesetas. Tenía 26 años y trabajaba en el puerto. De vez en cuando, también de estraperlista en Tenerife. Su hermano mayor le había prestado el dinero para comprar el barco, un viejo velero de 1853. Era un “fortunón” para la época teniendo en cuenta que el salario medio de un campesino era de 20 pesetas al día, lo que valía un kilo de café y otro de arroz. Ramón pensaba recuperar la inversión con las 6.000 pesetas que cobraba por billete.

“Ése fue el primer mal negocio de la familia Redondo”, ironiza Fernando su hijo menor en su casa prometido pagar en Venezuela, lo que por supuesto jamás hicieron”.

Al amanecer, Ramón pasa lista y da las primeras instrucciones en cubierta. “Somos 85 hombres, 11 marineros, 10 mujeres y una niña de 4 años. Las mujeres dormirán en los camarotes de popa y los hombres en la bodega. Traten de tener un puesto fijo para no andar con peleas. Sólo hay 20 platos y 20cucharas”, recoge el libro "FUGADOS EN VELERO", escrito por Gonzalo Morales en 1996.

Son muchos más de los que pensaban, porque a última hora se coló gente en las pateras que llevaron a los pasajeros hasta el barco.

LA ELVIRA les había esperado en algún punto al sur de la península de Jandía (Fuerteventura). Era noche cerrada y tenían terminantemente prohibido encender linternas o pitillos. Durante un par de horas, decenas de hombres y mujeres habían volado literalmente sobre el mar. Dos hombres cogían a los pasajeros y los lanzaban, uno por uno, al barco. “A la una, a las dos y a las tres. ¡Ahí va!”.

Eustaquio Rodríguez, uno de ellos, dice que todavía recuerda los golpes. Tiene 81 años. La mayoría viaja con lo puesto.

“Regino Camacho, un amigo, me convenció para vender mis tierras y embarcarme en LA ELVIRA. No tenía nada cuando subí a aquel velero y me tiré un mes y pico con la misma ropa. Íbamos como sardinas en lata”. Eustaquio tenía entonces 24 años.

Antonio Domínguez, "El Puro", ha cumplido su misión: sacar el velero de las islas. Es el momento de ceder el timón al capitán:

— “¡Elortegui! Acércate, es tu turno”.
— “No entiendo nada de barcos. Mentí. Soy un perseguido político vasco y no tenía dinero para pagar el pasaje”.

Un grupo de hombres se lanza sobre el falso capitán con la firme intención de tirarlo por la borda. Alguien propone que lo aten al palo mayor y lo dejen morir de hambre. “No lo mataron de milagro. Mi padre lo impidió”, recuerda Fernando, que ha oído mil veces la historia del motín. Se angustió mucho al descubrir que no tenían capitán. Se le cayó casi todo el pelo del estrés”.

— “Antonio, ¿Tú te ves capaz de llevarnos a Venezuela?”, pregunta Ramón.
—“No he navegado nunca en alta mar. ‘Tenemos que volver a Canarias’, anunció El Puro al ver que carecían de capitán.

Pero un pasajero, que antes de la guerra civil había sido acusado de asesinato, armó un motín y, pistola en mano, le persuadió de que se hiciera cargo de la nave. No era el único homicida que viajaba en el barco, ni el suyo el único revólver a bordo. Al final de la travesía las autoridades venezolanas intervinieron tres armas de fuego en el barco.

LA ELVIRA navegó contra la salida del sol. Sólo se auxiliaba con el cronómetro del armador, que le permitía calcular cómo se reducía la diferencia horaria entre Canarias y Venezuela. En el medio del Atlántico un huracán rompió el timón y estuvo a punto de enviarlos a pique.

Al amanecer del 25 de mayo, tras 36 días de viaje, alcanzaron el puerto de Carúpano, en Venezuela.

Fueron remolcados hasta La Guaira por una lancha de la Guardia Nacional. Las autoridades les reseñaron como inmigrantes voluntarios. Luego les trasladaron hasta un centro de inmigración de Caracas. De ahí les llevaron al estado de Yaracuy, a una central azucarera llamada Matilde, donde estuvieron limpiando surcos y abonando los cañaverales.

En este barquito de vela cruzaron el Atlántico 106 pasajeros y una niña de 4 años. En una fotagrafía se pueden contar alrededor de 50 personas. ¿Dónde están los demás? ¿Cómo se movían en este reducido espacio? ¿Cómo sobrevivieron a la escasez de agua y alimentos, superaron el temporal o el sol abrasador en la calma chicha? ¿Cómo se orientaron en la inmensidad del océano sin Capitán de Altura, sin Carta de Navegación, sin instrumentos apropiados? La Goleta Elvira realizó esa proeza asombrando al país que la recibió, Venezuela.

Contacto: Facebook Trasiego
trasiego@hotmail.es 

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